Perspectiva Feminista

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sábado, 30 de agosto de 2014

Desaparición forzada

Hace pocos años se instituyó mediante la Resolución 65/209 de Naciones Unidas, el Día Internacional del Detenidx Desaparecidx o de las Vïctimas de la Desaparición Forzada el 30 de agosto,para llamar la atención sobre esta metodología, la desaparición forzada de personas. Este delito aberrante no es un privilegio de un país o de una zona del mundo, sino un mecanismo que se ha extendido, y que fue concebido para aterrorizar a la población, garantizar la impunidad de grupos privilegiados que, por el uso ilegítimo de la fuerza estatal o paraestatal, censuran, controlan y suprimen cualquier disidencia.

Es importante decir y decir(nos) "desaparición forzada". Porque las personas no "desaparecen", como decía Videla, no se esfuman. Son arrancadas violentamente del mundo, de lxs conocidos, de lxs familiares,de sus lugares de trabajo, en un intento perverso de deshumanización, de la víctima y de quienes las buscan, de quienes comparten sus opciones políticas, su mirada sobre el mundo, un color de piel, una pertenencia étnica, o una diferencia sexual.

En nuestro país se registraron desapariciones previas al golpe del 24 de marzo de 1976, así como otros crímenes que llevaban a cabo fuerzas de seguridad o paraestatales, hasta que la Junta Militar la convierte en la norma, habilitando más de 400 centros clandestinos de detención en todo el país, por donde pasaban personas que eran secuestradas en operativos a la vista de todo el mundo, por patotas que se movilizaban en coches sin identificación, que trasladaban al prisionero al campo y mediante la tortura, los vejámanes, los simulacros de fusilamiento, el maltrato psicológico y moral, disponían de la vida y la muerte, sin que oficialmente ni legalmente se admitiera por parte de las fuerzas -que detentaban el control estatal-, la existencia de esos campos de concentración ni la detención de esas personas.

El destino de las personas capturadas era decidido arbitrariamente, sin acusación, ni juicio. Asesinadas, aparecían en "enfrentamientos" simulados con la complicidad de los medios de prensa que publicaban la información que los militares deseaban. Se sabía dentro de los campos que había "traslados" que implicaban la muerte. Con la confesión de un marino arrepentido y las investigaciones a raíz del hallazgo de cuerpos con signos de tortura en las playas, se supo y se está juzgando ahora, que las personas, adormecidas, eran arrojadas vivas al mar, al Rio de la Plata, y presumiblemente, también en el delta entrerriano.

Las mujeres embarazadas eran en la gran mayoría de los casos dejadas con vida hasta el parto, el cual se efectuaba en condiciones espantosas, tabicadas, entre insultos, introducidas clandestinamente en hospitales donde no quedaba registro de su paso, pero ante la vista de médicos y personal de enfermería. Lxs bebés eran entregados a familias de militares o - al cuidado de congregaciones de monjas - ofrecidos a familias "cristianas". Actas de adopción adulteradas, documentación fraguada, vista gorda de funcionarios de la iglesia quienes, por otra parte, solían responder ante familiares insistentes que "dejaran de buscar" a sus nietxs. Muchos prelados deben aún varias explicaciones.

Una telaraña de discursos falaces pretendía justificar lo injustificable mientras duró la dictadura, y también mientras se comenzaba a dimensionar el terrorismo de Estado, en democracia. Se pretendió poner frente a frente dos violencias simétricas, para salvaguardar la idea de que una sociedad había sido una víctima ajena de dos demonios. No resistió el argumento, y no resisten ahora sus versiones recicladas. Porque además de asimilar la criminalidad estatal - el Estado detenta el ejercicio legítimo de la violencia, las fuerzas armadas, la policía, - a la de una organización -aunque militarizada- no estatal, desconoce interesadamente la naturalización de la violencia política previa. Hablo de una violencia instalada contra la participación política, desde antes del golpe de 1955 y los bombardeos en Plaza de Mayo - que siguieron impunes- la proscripción del peronismo, la persecución de organizaciones sindicales, estudiantiles, el accionar paramilitar del Comando Libertadores de América o la triple AAA... Como si esa violencia política hubiera surgido como los hongos tras un día de lluvia. Aunque esté todavía pendiente la elaboración crítica de esa experiencia militante, es de absoluta mala fe tomar el efecto como causa, y como señala Marta Vasallo: "la acutal condena política que prima en los análisis de los años 70 debiera definirse más bien como la forma específica de una violencia insurgente cuyo primer efecto es el de poner en evidencia la violencia vigente, que a fuerza de haber sido aceptada no es considerada como tal" (La Terrible Esperanza, 2014, Bs.As., Colisión Libros)

La concepción binaria de la realidad es la justificación que utiliza la criminalidad del Terrorismo de Estado. La caracterización del diferente como enemigo que amenaza un orden de cosas que se autopresenta como el único viable. A ese otro se lo torna extraño, eliminable, no- humano. En Argentina, una marea de sospecha que se ciernía sobre todxs, debilitó los lazos de solidaridad, la empatía, el compromiso con lo colectivo, porque la amenaza cierta de desaparecer se palpaba en el aire, cerraba las puertas de los despachos y los tribunales, sin habeas corpus, ni respuestas, salvo excusas vomitivas desde los púlpitos y algunos gestos anónimos. Pero porque además, valores individualistas se impusieron sobre lo colectivo.

La invención de una guerra silenciosa, subterránea y total, que no conocía límites, permitió consumar no solamente la eliminación física y la instauración de la desesperante situación del no saber si está vivo o muerto de quien permanece desaparecidx; permitió el saqueo, permitió doblegar una sociedad, endeudarla financiera y éticamente con las generaciones siguientes. No pensaron los desaparecedores que el amor es tenaz, y que la memoria militante del pañuelo blanco, de lxs sobrevivientes, y de quienes entendieron que a todxs nos arrancaron a esos 30.000, no podía rendirse.

Y no se rindió.

Argentina ostenta el raro privilegio de juzgar la desaparición forzada y de contar con una elaboración compleja pero indispensable de lo ocurrido para comprender cómo fue posible. Porque puede repetirse, como se repite en otros sitios en el mundo.Porque muchxs cómplices están todavía impunes, porque muchos secretos claman a gritos. No podemos dar vuelta la página y quién sabe si alguna vez algo así sería posible.

En el Parque de la Memoria se agregan nombres en el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado cada año, en una labor de reconstrucción ardua, de cruce de datos de las causas judiciales, de nuevos aportes. Sabemos que mucho hay todavía por ser dicho, y muchas personas no han podido sacarse el temor de encima, o simplemente, asumir que la elaboración de la represión ilegal tiene que ver con seguir adelante.

Con la aparición de cada hijxde aquellxs desaparecidxs, robadx su historia, robadx su nombre, robadx su vida, se comprueba que la búsqueda nos toca, que faltan 400 personas, que las complicidades civiles no son un detalle, que las viejas no son eternas y nosotrxs tenemos la oportunidad de sanar, en parte, un trocito quizás, infinito de la herida colectiva y trazar futuros para nuestrxs hijxs. Futuros que tienen que ver con una historia de terror que no tuvo, a pesar de la furia, la sangre y la mentira, la última palabra.

Anoche, en la función teatral "La Marca en el Orillo", obra que ganó el concurso de Teatro x la Identidad 2013 y que se pone en escena conmemorando este Día en la Sala PAyS (Presentes Ahora y Siempre)del Parque de la Memoria, sentía la tibieza de la victoria colectiva que vamos consiguiendo todxs, cada día. Conmemorar, reconstruir las historias, reconstruir las vidas, desandar los odios y las mentiras, condenar lo atroz, desnaturalizar esa violencia. Sentir que de alguna manera, tomando la mano de nuestrxs hijxs y pisando firme en esta base, estamos tomando una posta.
Es una Victoria.


La obra teatral se basa en la vida de Victoria Montenegro, hija de Toti Montenegro y Chicha Torres. Desaparecidxs los tres un 13 de febrero de 1976. Victoria fue apropiada por un Coronel del Ejército, "quien fue responsable de nuestra desaparición y de mi apropiación con un previo paso por la Comisaría femenina de San Martín y posterior bautismo en Campo de Mayo"(..) "A partir de 2000 fecha de mi aparición, comenzó un camino de muchas ocntradicciones. Fue algo complicado rearmar mi propia existencia y entender que la persona qeu tanto amaba y quien era para mí unode lso héroes más grandes de nuestra Patria, era en realidad quien terminó con mi familia y quien me imposibilitó crecer en mi verdadera vida.LLevó tiempo, peor como la sangre es más espesa que el agua, pude sortear todas las contradicciones y nacer de nuevo a la vida de Victoria, a la que soñaron mis papás.Pude entender que las Abuelas no eran esas viejas locas a las que tanto me habían enseñado a odiar, sino las mujeres más hermosas del mundo..." Victoria Montenegro

"La Marca en el Orillo" escrita por Cristina Merelli y dirigida por Eugenia Levin y Becky Garello.
Actúan Marian Artigas, Federico Saslavsky y Jorge Noya. Asistencia de Dirección: Agustín Meneses.

Con música original y en vivo de Esteban Morgado y violín, Quique Condomí.
29 y 30 de agosto a las 20 hs. Entrada libre y gratuita
Parque de la Memoria. Monumento a las Vïctimas del Terrrorismo de Estado
Av Costanera Norte Rafael Obligado 6745
parquedelamemoria.prensa@gmail.com

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