Días intensos, de tremendas noticias.
La partida de Vero Marzano nos dejó conmocionadxs a quienes la conocimos, la admirábamos, esas insustituibles, por las que con más energías seguimos militando el feminismo que es, después de todo, una cuestión de justicia social.
La fuerza enorme de su madre, su esposa,su gente más próxima, que desde la tristeza, remarca sin embargo su alegría y se rehace para seguir abriendo caminos amorosos, como ella lo hizo.
Al otro día de saber la noticia, tan inesperada, participé en una Jornada por una Universidad Feminista en la Facultad de Filosofía y Letras, representando al Programa Contra la Violencia de Género de la UNSAM, equipo en el cual dejó una impronta inolvidable. La conmoción hizo dudar si podía ir. Pero había que estar, era la mejor forma de honrar su paso por nuestras vidas y espacios. Y claro que valió la pena. Pensándola, nombrándola por si quienes son más jóvenes o no habían tenido la suerte de cruzarse con ella, no sabían. Con la emoción que por momentos podía hacer trastabillar las palabras. Desde los tiempos de la Revista Baruyera admiraba la profundidad de sus reflexiones desde la perspectiva lesbiana feminista, así como la red para apoyar la legalización del aborto, la línea por el misoprostol, el Congreso con las Madres en el Congreso. Después, su tarea en el Consejo Nacional de las Mujeres, con Victoria Montenegro, para articular el trabajo de la Red Interuniversitaria con las políticas públicas cuando terminaba una etapa crucial de nuestro país. El Frente por la Igualdad Hilda Torres. Los cruces en la UNSAM y en la calle, ahora, más cercanas las militancias. Cuesta imaginarse todo lo que todavía faltaba aprender de ella.
Seguro, ahora hubiera estado festejando la resolución que concede la libertad a Higui, injustamente detenida durante siete meses por defenderse de esas "vilaciones correctivas" a manos de diez "machos". Una piba que enfrentaba todo tipo de ataques por ser lesbiana. Su situación, encarcelada por defenderse, agravada por ser una piba de barrio, es decir, sin esa visibilidad que otorgan otras cosas como la extracción social, por ejemplo, motivaron una enorme movilización feminista y lesbiana - siempre más invisibilizable que otras, y por los mismos patriarcales motivos - que desarrolló actividades, marchas y acciones como un partido de fútbol frente al Congreso de la Nación- como los que Higui pronto volverá a jugar- y que la está liberando.
Higui ahora sale en libertad,y para su definitiva excarcelación falta poco.
Luchar vale siempre la pena.
Pensaba en todo esto cuando encontré en la red esta imagen de Gaspar Galazzi(gracias),que muestra a Vero durante la última movilización #NiunaMenos, a la vanguardia, con las pibas, con la imagen de Higui, con el FPV, marchando. Nada más que decir, salvo gracias, Vero por tanto. Vamos a seguir militando.
lunes, 12 de junio de 2017
viernes, 2 de junio de 2017
El escrache inmaterial
Arte, espacio público y acción política
El escrache inmaterial
Por Martín Bolaños*
Comentario sobre las proyecciones realizadas en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires por los grupos GAC y Proyecciones Nómades en el contexto de la manifestación multitudinaria del 10M en repudio a la reducción de penas otorgadas a genocidas condenados por delitos de lesa humanidad cometidos durante y posteriormente a la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).
Dice Boris Groys, en un capítulo de su libro Volverse Público, que “la instalación, en tanto procedimiento artístico, opera como un modo de privatización simbólica del espacio público”. Esta escandalosa sentencia queda pronto aclarada cuando precisa que lo que se pone en cuestión es la ambigüedad política del rol del artista, que no es sino una forma derivada de la ambigüedad implícita en concepto moderno de libertad política.
Desde hace mucho tiempo sabemos que no puede existir libertad sin norma, ni norma válida sin libertad. Para que exista la libertad tiene que haber algún tipo de contraste. La libertad absoluta e ilimitada no podría vivirse sino como un extraño caso de determinación. Debe haber un acto autoritario de restricción de lo posible, para que la libertad social se haga presente.
Pero ¿quién ejerce ese acto? ¿Quién es el que diseña esa contradictoria norma que da origen a la libertad? En la política es –o se supone que es- el pueblo en tanto soberano (1) . ¿Y en el arte?
En el caso del museo, la galería o el circuito de exhibición, existe un espacio cerrado, previamente privatizado dentro del cual cualquier cosa que ocurra será vivenciada en términos de arte. Pero tanto las obras ahí contenidas como sus espectadores parecen sufrir una situación de encierro. Como sugiere la artista alemana Ito Steyerl en sus obras y ensayos, las instituciones de arte son unidades penitenciarias. Basta reparar en la cantidad de dispositivos de seguridad, incluidos policías y guardianes, que custodian los museos. En otras palabras, en un lugar donde todos los roles están guionados, queda poco margen para la sorpresa. Por eso el arte se siente incómodo y asume su poder político.
Para liberar este universo, para “volverlo público” al menos dentro de sus límites, debe existir una mediación, una habilitación que permita al artista inscribir su acción dentro de un sub-espacio, que es el espacio de significación de la “obra”. Según Groys, esa es la función del curador, encargado de “desprivatizar” el espacio semiótico de la galería, el museo o lo que fuere, dando permiso al artista para “reprivatizarlo” en nombre de la fuerza soberana del arte.
En el caso del escrache no hay tal espacio de exhibición. La calle es un ámbito extraño, territorio en disputa permanente, inestable, que tensiona un espacio de fronteras móviles en perpetua renegociación. Lo que instituye el escrache es un campo de visibilidad –que en el fondo es un campo de batalla político.
En este nuevo espacio ya no hay roles prediseñados; no hay, por ejemplo, espectadores: en el escrache todxs son activistas. Lo son tanto el individuo o institución escrachada como quienes ejecutan el escrache; pero también quienes se ven apelados por esa acción: los transeúntes en tanto repentinos participes de una puesta en escena que hace visible la actualidad del conflicto.
Los escraches responden a la pregunta sobre qué pasa cuando el artista en lugar de “privatizar” un espacio de visualización, lo “estatiza”, lo vuelve a convertir en un espacio público. Este gesto, además de una afirmación soberana, se transforma en una acción emancipadora. La acción simbólica recupera su actividad política en el horizonte de la memoria y el sentido social.
Las proyecciones emitidas sobre la Catedral de Buenos Aires durante la manifestación masiva del 10 de mayo –realizadas en conjunto por los colectivos artísticos GAC y Proyecciones Nomades -plantearon, entre muchas otras, estas reflexiones en torno a lo político, a la acción simbólica y al status del arte en tanto legislador instituyente de un espacio político. Un espacio, que, al ser político, articula lo simbólico con lo material. En el caso de los escraches, no hay nada más material que la muerte.
SIn siquiera tocar la superficie o el soporte físico del escrache (paredes detrás de las cuales se “bendecían las armas”) este modo de escrache inmaterial inscribe con rayos luminosos una ley que estatiza la memoria y derriba los muros mentales que retienen a la sociedad en el momento del trauma. Se trata de una ley inversa a la “privatización” artística de público señalada por Boris Groys.
Las resonancias simbólicas de la proyección (como técnica de visibilización) se remontan a la antigüedad, cuando los poetas narraban las desgracias de dioses y mortales aprovechándose de las sombras que producían los fuegos de las lámparas. Hacían así visibles las figuras fundantes que cantaban las leyendas. Las volvían públicas. Estatizaban el Olimpo y sus inmortales presencias mediante historias tejidas en sombras y luz.
Tal vez por eso las multitudes que desfilaban bajo los frisos liberados de una institución que optó por la clausura de su propia mente, se detenían a fotografiar con los celulares–es decir, a trabajar la luz con más luz- haciendo propagar la escena, ubicándola en un nuevo espacio de circulación global.
Tal vez por eso, también, la reposición de un espacio local se extendió a través de océanos globales de virtualidad; en cada acción liberadora, se reitera el acto soberano que activa esta espacialización material de la justicia.(3)
Referencias:
(1)Soberanía en tanto capacidad de un individuo o conjunto social de sancionar una legislación o norma válida.
(2) Proyecciones Nómades, grupo integrado por las artistas Mariana Corral y Guadalupe Pardo, desde 2014.
Realiza intervenciones de sitio específico con video-proyecciones de corte social y político en espacios públicos urbanos y naturales.
https://www.youtube.com/watch?v=Z-94mnR5BcA&feature=youtu.be (Link a video de 2x1)
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/en-construccion/
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/espacios-extirpados-avatares-en-hormigon/
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/meteo/
GAC -Grupo de Arte Callejero- formado en 1997, colectivo que cruza la producción artística con el activismo de DDHH y la denuncia de las políticas neoliberales en Argentina. https://grupodeartecallejero.wordpress.com
(3)La justicia solo es tal cuando se materializa como acción concreta
* Calando la Piedra agradece a Martín Bolaños, Licenciado en Filosofía, compañero investigador, artista, docente, militante, entre muchas otras cosas, la gentileza de ceder este artículo.
El escrache inmaterial
Por Martín Bolaños*
Comentario sobre las proyecciones realizadas en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires por los grupos GAC y Proyecciones Nómades en el contexto de la manifestación multitudinaria del 10M en repudio a la reducción de penas otorgadas a genocidas condenados por delitos de lesa humanidad cometidos durante y posteriormente a la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).
Dice Boris Groys, en un capítulo de su libro Volverse Público, que “la instalación, en tanto procedimiento artístico, opera como un modo de privatización simbólica del espacio público”. Esta escandalosa sentencia queda pronto aclarada cuando precisa que lo que se pone en cuestión es la ambigüedad política del rol del artista, que no es sino una forma derivada de la ambigüedad implícita en concepto moderno de libertad política.
Desde hace mucho tiempo sabemos que no puede existir libertad sin norma, ni norma válida sin libertad. Para que exista la libertad tiene que haber algún tipo de contraste. La libertad absoluta e ilimitada no podría vivirse sino como un extraño caso de determinación. Debe haber un acto autoritario de restricción de lo posible, para que la libertad social se haga presente.
Pero ¿quién ejerce ese acto? ¿Quién es el que diseña esa contradictoria norma que da origen a la libertad? En la política es –o se supone que es- el pueblo en tanto soberano (1) . ¿Y en el arte?
En el caso del museo, la galería o el circuito de exhibición, existe un espacio cerrado, previamente privatizado dentro del cual cualquier cosa que ocurra será vivenciada en términos de arte. Pero tanto las obras ahí contenidas como sus espectadores parecen sufrir una situación de encierro. Como sugiere la artista alemana Ito Steyerl en sus obras y ensayos, las instituciones de arte son unidades penitenciarias. Basta reparar en la cantidad de dispositivos de seguridad, incluidos policías y guardianes, que custodian los museos. En otras palabras, en un lugar donde todos los roles están guionados, queda poco margen para la sorpresa. Por eso el arte se siente incómodo y asume su poder político.
Para liberar este universo, para “volverlo público” al menos dentro de sus límites, debe existir una mediación, una habilitación que permita al artista inscribir su acción dentro de un sub-espacio, que es el espacio de significación de la “obra”. Según Groys, esa es la función del curador, encargado de “desprivatizar” el espacio semiótico de la galería, el museo o lo que fuere, dando permiso al artista para “reprivatizarlo” en nombre de la fuerza soberana del arte.
En el caso del escrache no hay tal espacio de exhibición. La calle es un ámbito extraño, territorio en disputa permanente, inestable, que tensiona un espacio de fronteras móviles en perpetua renegociación. Lo que instituye el escrache es un campo de visibilidad –que en el fondo es un campo de batalla político.
En este nuevo espacio ya no hay roles prediseñados; no hay, por ejemplo, espectadores: en el escrache todxs son activistas. Lo son tanto el individuo o institución escrachada como quienes ejecutan el escrache; pero también quienes se ven apelados por esa acción: los transeúntes en tanto repentinos participes de una puesta en escena que hace visible la actualidad del conflicto.
Los escraches responden a la pregunta sobre qué pasa cuando el artista en lugar de “privatizar” un espacio de visualización, lo “estatiza”, lo vuelve a convertir en un espacio público. Este gesto, además de una afirmación soberana, se transforma en una acción emancipadora. La acción simbólica recupera su actividad política en el horizonte de la memoria y el sentido social.
Las proyecciones emitidas sobre la Catedral de Buenos Aires durante la manifestación masiva del 10 de mayo –realizadas en conjunto por los colectivos artísticos GAC y Proyecciones Nomades -plantearon, entre muchas otras, estas reflexiones en torno a lo político, a la acción simbólica y al status del arte en tanto legislador instituyente de un espacio político. Un espacio, que, al ser político, articula lo simbólico con lo material. En el caso de los escraches, no hay nada más material que la muerte.
SIn siquiera tocar la superficie o el soporte físico del escrache (paredes detrás de las cuales se “bendecían las armas”) este modo de escrache inmaterial inscribe con rayos luminosos una ley que estatiza la memoria y derriba los muros mentales que retienen a la sociedad en el momento del trauma. Se trata de una ley inversa a la “privatización” artística de público señalada por Boris Groys.
Las resonancias simbólicas de la proyección (como técnica de visibilización) se remontan a la antigüedad, cuando los poetas narraban las desgracias de dioses y mortales aprovechándose de las sombras que producían los fuegos de las lámparas. Hacían así visibles las figuras fundantes que cantaban las leyendas. Las volvían públicas. Estatizaban el Olimpo y sus inmortales presencias mediante historias tejidas en sombras y luz.
Tal vez por eso las multitudes que desfilaban bajo los frisos liberados de una institución que optó por la clausura de su propia mente, se detenían a fotografiar con los celulares–es decir, a trabajar la luz con más luz- haciendo propagar la escena, ubicándola en un nuevo espacio de circulación global.
Tal vez por eso, también, la reposición de un espacio local se extendió a través de océanos globales de virtualidad; en cada acción liberadora, se reitera el acto soberano que activa esta espacialización material de la justicia.(3)
Referencias:
(1)Soberanía en tanto capacidad de un individuo o conjunto social de sancionar una legislación o norma válida.
(2) Proyecciones Nómades, grupo integrado por las artistas Mariana Corral y Guadalupe Pardo, desde 2014.
Realiza intervenciones de sitio específico con video-proyecciones de corte social y político en espacios públicos urbanos y naturales.
https://www.youtube.com/watch?v=Z-94mnR5BcA&feature=youtu.be (Link a video de 2x1)
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/en-construccion/
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/espacios-extirpados-avatares-en-hormigon/
https://proyeccionesnomades.wordpress.com/2015/03/25/meteo/
GAC -Grupo de Arte Callejero- formado en 1997, colectivo que cruza la producción artística con el activismo de DDHH y la denuncia de las políticas neoliberales en Argentina. https://grupodeartecallejero.wordpress.com
(3)La justicia solo es tal cuando se materializa como acción concreta
* Calando la Piedra agradece a Martín Bolaños, Licenciado en Filosofía, compañero investigador, artista, docente, militante, entre muchas otras cosas, la gentileza de ceder este artículo.
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